viernes, 9 de junio de 2017

El día que fui al cine a ver Déjame salir (Get Out)



Desconozco el patrón que siguen las grandes cadenas de cine, pero en el caso de Yelmo, su política con la publicidad es bastante exagerada. A partir de la hora inicial de proyección, se escapan fácilmente 15 minutos entre trailers y anuncios. Los primeros ocupan la mayor parte del tiempo, lo cual se agradece por ser más entretenidos, pero sigue pesando demasiado. Los días que hay mucha cola y no llegas con anticipación bien, porque vas sin miedo a entrar tarde en la sala. Los días que hay cuatro gatos, es decir, casi siempre que no es fiesta del cine, toca esperar. En el caso de la escapada a ver Déjame salir (Get Out), tocó tragarse una maratón de trailers de películas del mismo género: terror y suspense.

Al tercer vídeo promocional, yo ya me estaba riendo. Son tan absolutamente iguales que parecen parodias. Me hace especialmente gracia la nueva de James Wan, Annabelle Creation (que para esta película es productor, no director, pero diría que en este caso la distinción no afecta mucho). Lleva desde Insidious haciendo la misma película una y otra vez. Igual es que se trata de un universo cinematográfico de esos (no voy a mentir, no estoy enterado), perola repitición es exagerada.

 
Y el resto de películas no parecían muy diferentes, también estaban las casas encantadas, las niñas en camisón y de nuevo pertenecían a sagas, bien en forma de remake o bien en forma de secuela. Es increíble que pasen los años y sigan vigentes los mismos tropos. Sí, es normal utilizarlos, una historia se construye a base de ellos. Pero acaso no estamos cansados ya de las muñecas, niños, payasos, ouijas, símbolos religiosos, etc. Llega un momento que te lo tomas a broma: se sobre utilizan tanto los recursos que terminan perdiendo su valor terrorífico. Hay tan poca originalidad que si hiciesen una nueva Scary Movie tendrían que repetir sketches y gags de películas anteriores, pues no hay mucho más que se pueda parodiar desde que salió la primera entrega.


En fin, que al menos la película que nos ocupa en esta entrada, protagonista de la visita al cine, SÍ HACE COSAS GUAYS Y ORIGINALES. 

Antes de entrar en materia: considero que la promoción de la película ha avisado de demasiadas cosas. Incluso el póster ya advierte de lo que uno se va a encontrar. No son destripes graves, pero es un caso donde no saber nada o lo mínimo habría sido mejor. Entiendo que quieran aprovechar el tirón de su historia para llenar las salas, pero es una pena que su terror no pille por sorpresa. Así que no recomiendo leer nada antes de verla, aunque por mi parte no voy a hacer spoilers más grandes de los que se pueden ver en los anuncios (al final ya entro en materia de destripes, lo avisaré).

La película prácticamente desarrolla un solo escenario: una mansión escondida en una montaña norteamericana. De primeras no suena muy original. Por suerte, no encontramos en la casa una colección de clichés para asustar y el guion no es un viaje por el tren de la bruja. La historia se preocupa por generar una atmósfera inquietante, de las que te mantienen en tensión y rara vez te dejan respirar. Si te cagas de miedo no es por los sustos, sino porque en esa aparente normalidad donde todos pretenden ser cordiales con nuestro querido protagonista, algo no va bien. Conforme avanza la película, cada vez pasan cosas más raras y lo único que quieres hacer es salir de ahí. Los primeros acontecimientos en la casa puede que no consigan sacudirte, pero la tensión va creciendo hasta llegar a unos picos muy perturbadores y escalofriantes.


Por todo esto, es una pena que la dirección del debutante Jordan Peele apueste por diversos jumpscares. No encajan con la ambientación que pretende conseguir y dichos instantes provocan el sobresalto por el desorbitado golpe de sonido. El susto viene por la repentina subida de volumen y sí, voy a dar un salto en la butaca, pero NO DA MIEDO. Las conversaciones que mantiene Chris (el prota) con el resto de personajes ya son lo suficiente inquietantes para poner al espectador en un estado de alerta, no hacía falta recurrir a los jumpscares…

Lo que más chirría en Get Out es su manía por amoldarse a una fórmula comercial. Ha costado tan solo 5 millones de dólares, cifra que no me parece excusa para abrazar ciertas convenciones. Tras construir una ambientación magnífica, el desenlace apuesta por explicaciones que subrayan y requetesubrayan los hechos, mediante diálogos explicativos y mini-flashbacks. Aunque no es el caso más grave de exposición y de contar el guion en lugar de mostrarlo, deja un sabor agridulce. Al desvelar el misterio, la tensión desaparece. Nos relajamos, pues ya estamos al tanto de lo que sucede o deja de pasar. Y además, el protagonista por fin consigue algo de control sobre la situación. La gracia era la indefensión que se sentía en el resto de la película. Por último, el desenlace es demasiado atropellado, con muchas licencias narrativas.

Pero que no cunda el pánico, pues me quedo principalmente con lo tieso que he estado en la butaca durante gran parte del metraje, por las razones que he expuesto al principio. Y queda un punto importantísimo: los temas que trata la película. Get Out es un gran ejemplo de cómo coquetear con temas sociopolíticos dentro de una propuesta con pretensiones comerciales, sin ser mojigato ni caer en lo panfletario. Tampoco abandona las virtudes de su género ni se despreocupa por mimar a la ficción y a sus personajes. 

En resumen, es una propuesta dentro de convenciones propias de Hollywood (a pesar de que su presupuesto daba margen para arriesgar más), pero que consigue huir de clichés y aterrorizar más allá de los jumpscares. Una interesante ópera prima, con una ambientación muy efectiva y que deja encima de la mesa una serie de mensajes muy adecuados para su contexto sociopolítico. 



Ahora sí, SPOILERS, ojocuidado.

El significado referencial y sintomático otorga un interesante valor añadido a Get Out. Esto es, las interpretaciones contextuales que se pueden extraer ahora mismo de la película. Avanza el siglo XXI y Estados Unidos no parece desprenderse de sus problemáticas raciales, especialmente hacia la comunidad afroamericana. Tal y como se dice en la película, la sociedad estadounidense de 2017 habría votado por una tercera legislatura de Obama si hubiese podido, pero los prejuicios y el clasismo se mantienen. Es interesante que ciertas secuencias transmiten cierto terror no por los elementos fantasiosos o peliculeros que ocurre, sino por un racismo tan real como la vida misma. El elenco de personajes blancos y burgueses destila una serie de falsas apariencias que oscilan entre lo grotesco y lo cómico, como si Buñuel hubiese vuelto de su tumba para hacer una caricatura de esa tercera edad que mantiene una mentalidad retrógrada. 

El plot twist, aunque he señalado que derrumba el terror del filme, es cierto que resulta “gracioso” y da una vuelta de tuerca a la denuncia social. La nueva forma de esclavizar negros: despojarlos de su cuerpo, introduciéndose la mente del blanquito burgués, quien desprecia a la raza cual negrero pero al mismo tiempo, admira su superioridad hasta el punto de seleccionarla como proyección de una nueva vida. 

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